El poder de la conversación y la memoria compartida
Relato de un encuentro entre excompañeros que valoramos el poder de la conversación y la memoria compartida

Por Néstor Estévez
En un tiempo en que las pantallas median casi todas nuestras relaciones, reencontrarse cara a cara se ha vuelto un acto de resistencia. Lo comprobamos un grupo de egresados del Instituto Tecnológico San Ignacio de Loyola (ITESIL), de Dajabón, cuando, cuarenta y un años después, decidimos reunirnos.
Lo que comenzó como una simple celebración terminó siendo una experiencia profundamente transformadora, que nos recordó que el contacto humano sigue siendo una de las fuerzas más reparadoras que existen.
Más allá de la nostalgia, el reencuentro fue una lección sobre lo que significa volver a mirarse a los ojos y reconocerse en las historias que nos formaron. Descubrimos que la socialización no es solo un intercambio de palabras: es una energía vital que moldea identidades, regenera vínculos y fortalece la pertenencia. En cada abrazo, cada risa y cada silencio compartido, la memoria se hizo presente como una narrativa viva, no como una línea dinámica que incluye pasado.
Diversos estudios confirman que las relaciones del pasado influyen directamente en la calidad de nuestras interacciones presentes. Reunirse con quienes compartimos etapas significativas no solo fortalece el ánimo, sino que mejora la satisfacción vital y reduce la sensación de soledad. Esos encuentros se convierten, sin proponérselo, en ejercicios de cuidado mutuo. Cada historia revivida y cada anécdota recontada tejen un entramado invisible de apoyo emocional y social.
En este encuentro también descubrimos el valor liberador del humor y la mirada retrospectiva. Reírnos de nuestras torpezas juveniles o de lo que antes nos avergonzaba fue una manera de reconciliarnos con quienes fuimos. En ese proceso, la gratitud emergió como una forma de sabiduría: mirar atrás no con nostalgia, sino con sentido y comprensión del camino recorrido. Los recuerdos, cuando se comparten, se transforman en brújulas que orientan el presente.
Pero el alcance de esta experiencia fue más allá de lo emocional. En medio de las conversaciones, surgieron reflexiones sobre los desafíos comunes que enfrentan nuestras familias y comunidades. De ahí nacieron ideas que ya empiezan a tomar cuerpo: programas de mentoría, rescate de la memoria institucional y diversas actividades intergeneracionales. Pequeños pasos que, sumados, empiezan a configurar una red de compromiso social que da continuidad al espíritu ignaciano: “En todo, amar y servir”.
Un estudio publicado en 2023 sostiene que “las recompensas que brindan las interacciones sociales positivas fomentan la capacidad de compartir perspectivas y promover el bienestar”. Esa afirmación cobró vida entre nosotros. Cada diálogo espontáneo reafirmó que la amistad también puede ser un acto de resiliencia colectiva, una forma de resistencia frente al aislamiento contemporáneo.
Y es que reencontrarse no es un gesto trivial. En una época en que las redes digitales sustituyen las conversaciones profundas por breves interacciones, recuperar la palabra compartida se convierte en un acto de reparación. Sherry Turkle, en su libro En defensa de la conversación, advierte sobre la “huida de la conversación” que debilita los lazos y erosiona la empatía. Frente a esa tendencia, nuestra experiencia demostró que el diálogo presencial —ese que exige escucha, mirada y silencio— sigue siendo la base del entendimiento humano.
Conversar, recordar y reír juntos no es mirar atrás: es renovar raíces. Es reconocernos en los otros, reafirmar lo que somos y proyectar lo que queremos seguir siendo. Por eso, cuando un grupo de amigos decide reencontrarse, lo que realmente hace es encender una llama: la del afecto que da sentido, la de la memoria que une y la del compromiso que transforma.
En el caso de los egresados del ITESIL en 1984, el hecho de volver a mirarnos con los mismos ojos de adolescentes no fue un acto de nostalgia, sino de sanación. En tiempos de inmediatez y desconexión emocional, reencontrarnos fue una manera de recordar que seguimos siendo comunidad, que el pasado no se congela y que, a veces, basta un abrazo para reescribir el presente y modelar el futuro.