De opinión

Allanan la finca de plátanos de Jean Alain

 Por: Roberto Valenzuela 

Hace unos días, al subir los escalones del Palacio de Justicia de Ciudad Nueva, del lado izquierdo, los periodistas acechaban en el Tribunal de Atención Permanente para, cuando salieran los funcionarios acusados de corrupción, abalanzarse sobre ellos, como tigres sobre su presa, en busca de la noticia.

Sentada en un banco del lado izquierdo, en el pasillo, a las afueras del Segundo Tribunal Colegiado de la Cámara Penal del Juzgado de Primera Instancia, la abogada Ingrid Hidalgo —con los años reflejados en la cara, estaba fumando y bromeando con un grupo de colegas. “Ingrid es una buena penalista. El derecho penal destruye a los abogados”, murmuró una togada joven y elegante.

Al entrar al Segundo Tribunal Colegiado, en el extremo del lado izquierdo, vi al amigo Many Sierra junto a Carlos Balcácer. Many, siempre decente, se puso de pie para saludarme. Al saludar a Balcácer, este permaneció sentado y me extendió la mano derecha empuñada, con algo que no distinguí qué era. En la otra mano tenía el celular, el cual no dejaba de mirar. “¿Qué información estará viendo este sabueso del derecho?”, pensé.

Minutos más tarde, vi al experto en investigación en los tribunales, Ramón Cruz Benzán (Listín Diario). Entraba, hablaba con discreción con una fiscal y luego salía del tribunal.

Al salir del tribunal, vi a Jean Alain con cara de preocupación, la correa del pantalón descuadrada, pelo canoso, rostro arrugado —más por los procesos judiciales que ha tenido que enfrentar que por su edad—. No es tan viejo. Caminaba desorientado de un lado hacia otro, con un papel en la mano, leyendo con la cabeza agachada. Cuando nos topamos, lo saludé: “¿Qué tal, magistrado?”, como acostumbramos decir a jueces y fiscales, aunque ya no estén en el cargo. Me saludó con amabilidad, pero no dejó de mirar el papel.

Al ver su cara sudorosa, por el calor del sol incesante en el Palacio de Justicia, pensé: “Dios mío, qué efímero es el poder”. Recuerdo que cuando yo trabajaba en la emisora Z-101 lo apodé el “empolvaito”, andaba bien vestido, con su cara empolvada, pelo teñido de negro, para, si tenía que hablar con la prensa, presentar una imagen nítida.

Era su apogeo, sus asesores le habían dicho que su nombre debía sonar como una sola voz: “Jean Alain”, en un solo tono, a fin de que los votantes lo comenzaran a digerir. Alguien le metió en la cabeza al pobre “Jean Alain Rodríguez Sánchez” que podía ser presidente de la República.

Al ver que andaba solo, comparé que cuando era procurador se movía con un grupo de seguridad elegante —tan elegante que se decía que eran franceses—. Las mujeres se «derretían» al contemplar la elegancia de los guardaespaldas.
Al caer en desgracia, intentó salir del país y fue humillado por el DNI.

Cuando se enteró de que las autoridades realizarían un allanamiento en su casa de campo en La Romana, vació por completo su caja fuerte. En lugar de documentos, dinero o cualquier objeto comprometedor, la llenó cuidadosamente de plátanos. ¿Qué mensaje quiso dejar con esa insólita decisión? ¿Qué significado esconden unos plátanos encerrados en una caja fuerte?

Al caer en desgracia, pasó lo de siempre: sus adulones, la gente que se beneficiaba de él, lo abandonaron; los fiscales que protegió o introdujo en el sistema judicial lo persiguieron, se burlaron de él y de su familia, incluso de sus hijos.

¡Ya está bueno de humillar a Jean Alain! La Justicia no puede ser un espectáculo ni una herramienta de venganza.

 

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