Juan Bosch: sus cuentos venezolanos, libertad e identidad
Diómedes Núñez Polanco
Entre la extensa y trascendente obra de Juan Bosch, hay tres cuentos relacionados de manera especial con Venezuela, escritos en su etapa de madurez literaria: uno probablemente en Costa Rica (“El hombre que lloró”) en 1953, otro en Chile en 1954 (“La muchacha de La Guaira”) y el último en Caracas (“La mancha indeleble” ) en 1960. Los dos primeros son venezolanos en tanto sus historias ocurren en esa tierra, mientras que el último lo es en la medida en que fue escrito en el país de Rómulo Gallegos.
Además de figurar entre sus cuentos mejor logrados y expresar los conflictos de la condición humana, como ha sido característico en toda la obra boschiana, esos textos configuran lo esencial de los avatares de su lucha institucional desde que en 1939, junto con otros antitrujillistas, fundara en La Habana, el Partido Revolucionario Dominicano.
Estos cuentos conforman un tríptico cuyo fresco expresa las ilusiones, las esperanzas, las tragedias y los esfuerzo por lograr mayores niveles de democracia y justicia social condición humana; las pasiones, su sentido de caribeñidad, sus padecimientos, su permanencia en la lucha sin tregua por un ideal a favor de las mejores causas del hombre. No son cuentos en los que resulta la derrota, sin ocultar, naturalmente, las caídas y batallas perdidas, sino el triunfo de lo mejor, aunque en ocasiones este solo se manifieste como un resplandor.
El profesor Bosch ha observado que “El cuento es un género literario escueto, al extremo de que un cuento no debe construirse sobre más de un hecho. El cuentista, como el aviador, no levanta vuelo para ir a todas partes y ni siquiera a dos puntos a la vez”.
Esto quiere decir que se produce en una especie de circuito cerrado, sin que se agote la trascendencia de los protagonistas, que es el caso de estos cuentos venezolanos.
En ellos la historia del relato cumple con un proceso, con una evolución hasta concluirse el ciclo narrativo.
“La muchacha de La Guaira” es el Caribe en todos sus matices. La tragedia de la joven protagonista ahogada en el mar no es un hecho lineal. Ella simboliza la liberación frente a un estado de cosas asfixiante. La presencia de Hans Sandhurst es una especie de recuperación del eslabón perdido. En “El hombre que lloró” se cumple la misión proyectada en el país y su retorno al exilio. Logró cumplirse satisfactoriamente con la proyección de la primera etapa de la historia contada.
Hasta en “La mancha indeleble”, su cuento de mayor intensidad, basado fundamentalmente en clima y atmósfera, se advierten los destellos de la libertad. Cruzan la frontera de la violencia, como lo revela el narrador: ”En medio de mi terror actué como un autómata. Me lancé impetuosamente hacia la ´puerta, empujé al que entraba y salté a la calle”.
A la semana de escapársele al terror, se arriesgó a ir a la esquina, a una taberna del barrio. Se producía lentamente una transformación. Ya el hombre no seguiría actuando como un autómata: el retorno de Ulises, la vuelta a la razón, y lo primero que hizo fue dudar para luego existir: ¿en verdad los dos hombres del cafetín eran miembros o eran enemigos del Partido? (CERRAR INTERROGACIÓN).. Nunca se sabrá.
Solo conservamos la ira sagrada de la muchacha, sus misterios, la resistencia hasta la médula, el ocaso del terror y el miedo, la búsqueda incesante de la libertad y la identidad…vitrinas de rostros liberados en la raíz más honda de la idiosincrasia y la memoria.