De opinión

Crisis de salud mental en RD: la ignorancia marcada por la crisis

Por Altagracia Guzmán

En la República Dominicana, una gran parte de la población vive con problemas de salud mental, convirtiendo al país en uno de los más afectados de la región en materia de acceso a servicios psicológicos y psiquiátricos. La combinación de estigmas, prejuicios y desconocimiento ha dejado a cientos de miles de personas sin la atención que necesitan, en medio de una crisis silenciosa pero profundamente dañina.

Los trastornos mentales siguen siendo percibidos desde la ignorancia. En una sociedad ampliamente creyente y, muchas veces, religiosa, se tiende a interpretar los problemas emocionales bajo dogmas de fe y creencias personales, ignorando los hallazgos científicos y la naturaleza médica de la salud mental. Este enfoque lleva a minimizar la importancia del cerebro —un órgano tan esencial como el corazón o los pulmones— y a asociar cualquier enfermedad psíquica con “locura” o falta de razonamiento.

Otro aspecto crítico es la falta de especialistas. El país cuenta con alrededor de 200 psiquiatras para más de 10 millones de habitantes, según diversas estadísticas.

Esta cifra coloca a la República Dominicana entre los Estados que menos invierten en salud mental, destinando menos del 1 % del presupuesto de salud pública a este renglón. La mayoría de los servicios disponibles se encuentran en el sector privado, donde los costos suelen ser elevados, lo que imposibilita el acceso para gran parte de la población, especialmente para los sectores más vulnerables.

La juventud dominicana es una de las más afectadas. Se vive una verdadera pandemia de depresión, ansiedad y estrés académico. Los estudiantes, tanto en escuelas como en universidades, enfrentan una presión que no siempre pueden manejar, y muchos de ellos no reciben diagnósticos tempranos ni tratamientos adecuados debido a las deficiencias en el sistema público de salud mental.

 La estigmatización agrava la crisis.

Hablar de salud mental sigue siendo un tabú para gran parte de la población. Todavía persisten ideas como que “todo se resuelve con oración”, “falta de fe” o “más control personal”. En consecuencia, muchos dominicanos tienen miedo de buscar ayuda por temor a ser etiquetados, juzgados o incomprendidos.

En el ámbito educativo, la situación también es alarmante.

Existe una marcada falta de psicólogos en escuelas y universidades, a pesar de que miles de estudiantes necesitan orientación emocional. Esto contribuye al aumento de casos de acoso escolar, violencia entre jóvenes, falta de empatía y dificultades para manejar emociones, situaciones que repercuten profundamente en la convivencia y en el aprendizaje.

 La escasez de programas comunitarios es otro elemento crítico.

En muchos barrios vulnerables, madres, padres y jóvenes carecen de acceso a servicios de salud mental dignos, accesibles y garantizados por el Estado. La ausencia de centros comunitarios, apoyo emocional y sistemas de prevención deja a grandes sectores de la población completamente desprotegidos.

Frente a esta realidad, es urgente que el Estado dominicano implemente políticas públicas integrales que incluyan educación emocional desde los primeros años de escolaridad, mayor inversión en profesionales de la conducta, fortalecimiento de los servicios públicos de salud mental y campañas que rompan los estigmas culturales.

La salud mental debe ser un derecho accesible para todos, no un privilegio.

La República Dominicana no puede seguir ignorando una crisis que afecta silenciosamente a miles de familias. Romper el estigma, educar a la población y garantizar acceso a servicios de calidad será el primer paso para construir un país emocionalmente más sano, más empático y humano.

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