¿Madre, madrecita o víctima?

Por Néstor Estévez
Como cada final de mayo, acabamos de vivir un fin de semana en el que mucha gente intenta evidenciar todo eso bonito que dice sentir por su madre. Y también el mercado procura “hacer su agosto en mayo”, con las madres como pretexto.
Pero esta vez, el mercado no será tema central. Más bien procuro llamar la atención sobre algo que muy probablemente sea calificado como “daño colateral” por el mercado y sus defensores “a capa y espada”. De ahí que, en una sociedad tan mercantilizada, exista la incertidumbre sobre la denominación de quienes se vuelven madres cuando quizás solo deberían serlo de muñecas.
Con todo y que cifras oficiales dan cuenta de cierto avance en el tema, el embarazo en la adolescencia sigue siendo un mal con triste y hasta indignante incidencia en República Dominicana. Vale recordar que se trata de mucho más que embarazo de una muchacha cuando todavía ni su cuerpo ni su mente cuentan con la preparación que necesitan para que se considere normal. Sencillamente, el embarazo en la adolescencia es una fábrica de pobreza.
Y no me refiero únicamente a pobreza material. Regularmente, un embarazo en esa etapa se traduce en trastorno para la vida de la jovencita, la de su familia, (aunque en menor medida) para la vida del embarazador y su familia, y como si faltara más, trastorna la vida de un ser humano que llega al mundo sin ser deseado (si es que logra superar los intentos de impedirlo, luego de contar con la información de que “viene en camino”).
Según la Oficina Nacional de Estadística, “en el tercer trimestre del año 2024 ocurrieron 4,745 embarazos en adolescentes”. Destaca la entidad oficial una reducción de 16.74% con respecto al tercer trimestre del año 2023. De todos modos, es un malestar que tocó la vida de casi diez mil familias dominicanas en tres meses. Estamos hablando de familias que tuvieron que afrontar cambios relacionados con salud, economía y relaciones sociales de algunos y probablemente de todos sus miembros.
Esa publicación de la ONE no entra en detalles referidos a la cantidad de embarazos como resultados de violaciones, mucho menos la cantidad que resultó de violación por parte de algún amigo, vecino o familiar de la niña o jovencita. Tampoco refiere la cantidad de embarazos en adolescentes que probablemente fueron azuzadas por familias que ven en ellas “la oportunidad para salir a flote”, entre otras muchas realidades que caracterizan esta deprimente expresión de subdesarrollo.
Lo real y triste, además de indignante, es que nuestro país sigue atrapado en un ciclo donde el embarazo temprano multiplica la desigualdad, reduce oportunidades y encadena a generaciones enteras a seguir viviendo en la marginalidad. Para entenderlo, solo hay que “ponerse en los zapatos” de las familias de 585 niñas con edades entre 11 y 14 años que se convirtieron en madres durante el período citado.
Al tercer trimestre del año 2024, Elías Piña era la provincia con mayor porcentaje de embarazos en adolescentes. Las cinco más afectadas por este mal las completan Montecristi, Peravia, Pedernales y Dajabón.
Pero lo vergonzoso en grado extremo es que la edad promedio de los hombres que embarazan a adolescentes es de 25.13 años. Sencillo: alguien que sí sabe lo que está haciendo se aprovecha de alguien que termina “agarrando el tizón por lo prendí’o”.
¿Qué está pasando? ¿Por qué no avanzamos con mayor rapidez en la solución de este problema? ¿Necesitamos readecuar las políticas públicas que lo abordan? ¿Necesitamos un enfoque más integral? ¿Está cumpliendo su rol la educación? ¿Lo están haciendo las iglesias? Y los medios de comunicación, ¿están ayudando? ¿A qué ayudan? ¿Qué rol está jugando la empresa en este tema? ¿Seguiremos distraídos o entenderemos la urgente necesidad de “poner manos a la obra”?
Si de verdad queremos romper esta cadena, no basta con estadísticas alentadoras: se requiere acción integral, sostenida y articulada entre todos los sectores sociales, con la familia en el centro.
Si se tratara de tu hija o de alguien que a ti te duela, ¿por cuál nombre la llamarías? ¿Preferirías decirle madre, madrecita o víctima?