Un referente llamado Ramón Raspadura
Por Néstor Estévez
Ramón Raspadura es una de esas personas que, dada su capacidad para inspirar, deben tenerse como referente.
A sus ochenta y tres años este hombre mantiene una vitalidad y una lucidez que motivan a buscar respuestas a las inquietudes que cualquier persona mínimamente curiosa ha de manifestar con solo intercambiar un saludo con él.
Llegamos a su casa por referencia de unos emprendedores con un amor excepcional por San José de Ocoa. Un letrero rústico anunciaba que la meta quedaba a la derecha. Ya en frente, con solo gritar “ra´padura”, él se dio por aludido, y salió a nuestro encuentro.
“Ya se me terminaron, pero pase que le podemos preparar un buen guarapo”, respondió, con una sonrisa que evidencia su calidad humana desde la primera mirada, al preguntarle si tenía raspadura. “Después que me pusieron en las redes, eso no alcanza”, explica sonriente, en alusión a la difusión de sus ya famosas raspaduras en varias redes sociales.
La casa de Ramón apenas se percibe en medio de tanto verdor. Hacia todas partes se muestra diversidad de tonalidades verdes al natural. Solo hay dos excepciones: el cielo, con un azul que enamora cuando no está “encapota’o” y la presa Jigüey, que vista desde la casa de Ramón parece un charquito.
Su trato afable y su capacidad para socializar sirven como confirmación a numerosos estudios referidos a los efectos del contacto con la naturaleza en términos de bienestar psicológico y emocional de las personas. Kaplan y Kaplan (1989) propusieron la Teoría de la restauración de la atención, sugiriendo que los entornos naturales restauran la atención dirigida, reduciendo el estrés y promoviendo un estado de calma y bienestar.
Da la impresión de que aquellos estudiosos encontraron a personas como Ramón y Victoria, su cómplice desde 1980, porque argumentan que el contacto con la naturaleza facilita tanto la reflexión como el desarrollo de valores esenciales para una convivencia sana y armoniosa, entre los que destacan el respeto, la empatía y la cooperación.
Ramón cuenta que llegó a Palo de Caja, desde Sabana Larga, cuando todavía era un niño. Allí aprendió a trabajar con su padre y formó familia con Victoria, con quien comparte cada jornada desde que sus hijos se independizaron. Una vive en Naranjal, a escasa distancia de Palo de Caja; el varón trabaja como profesor en Ocoa, y la otra vive en Pennsylvania.
Ramón y Victoria cuentan con agua por tubería y energía eléctrica, aunque no permanente. Eso les facilita algunas cosas, pero ellos saben administrarse con la tecnología. Muestra de ello es un pequeño artefacto de color negro colocado en el patio, cubierto por una especie de cúpula armada con materiales plásticos.
Ellos descubrieron que en ese lugar hay señal de una de las servidoras de telefonía celular. Dejando el equipo ahí, sencillamente, cuando alguien quiere comunicarse con ellos, la llamada se conecta y el equipo suena. Si Ramón está en sus tareas y no alcanza a escuchar, Victoria, quien generalmente está más cerca, se encarga de recibir los mensajes telefónicos.
Pero lo de este hombre con la tecnología viene de lejos. Él recuerda como si fuera ayer, el mecanismo que le enseñó su padre para obtener guarapo. Como niño al fin, a Ramón le correspondía sentarse y mecerse sobre un madero que en su familia se conoce como “el machaque”. Así exprimían las cañas.
Sin embargo, a sus dieciséis, Ramón se ingenió un “moderno” método para obtener el guarapo. Con menor dificultad y hasta de manera divertida, aquel mozuelo decidió integrar sogas que sirven para columpiarse sobre el madero mientras trituran las cañas.
Por eso, aunque para 2015 obtuvo una máquina eléctrica para exprimir las cañas, Ramón prefiere agotar un protocolo del que disfruta y al que su complicidad con Victoria le otorga un toque muy particular, de cara a adelantar el trabajo que ambos culminan en esa máquina, siempre que cuenten con energía eléctrica.
Como es fácil notar, en medio de la Cordillera Central, Ramón Raspadura y Victoria no solo se mantienen alejados del estresante ritmo de la vida moderna. Ellos son un vivo ejemplo de cómo superar el “déficit de naturaleza”, mal que se traduce en disminución de bienestar físico y mental. Ramón y Victoria son referentes de un estilo de vida que refuerza los valores comunitarios y el sentido de responsabilidad con el entorno.