Por Néstor Estévez
Ella, criticada por muchos y defendida por cada vez menos de sus auspiciadores. Él, con un lastre que hereda de sus antepasados. Ella parece decidida a abrirse paso a como dé lugar. Él se muestra dispuesto a acogerse a lo que indica ser su destino.
Con la velocidad a que transitan los mensajes, sumada a la vorágine que implica hacerle caso a todo lo que ponen a circular, tanto ella como él han sido motivo de conversaciones de todo tipo en los últimos días.
El caso de ella y él sirve, aunque la inmensa mayoría no repare en ello, para ver con claridad la diferencia entre sexo y género. Vale recordar que el primero está referido a las características físicas y biológicas que permiten clasificar a un ser vivo. Mientras el segundo es un constructo social, es un recurso idiomático que permite clasificar a seres vivos y también a cosas.
Para eso sirve, entre otras muchas utilidades, el principal tema de moda durante los últimos días en la República Dominicana: la Ley 1-24, que crea la Dirección Nacional de Inteligencia. Como se va notando, se trata de mucho más que un cambio de género. No es tan simple como que “él” pase a ser “ella”. El tema va mucho más allá de que “El DNI” pase a denominarse “La DNI”.
Como suele ocurrir, principalmente cuando el tema está atado a ciertos intereses, cualquiera dice. Desde gente muy entendida hasta quien ni idea tiene de lo que se trata, incluyendo a quien habla “porque tiene que decir algo” aunque no tenga nada que decir, pululan en los medios. Partidos políticos, profesionales, gremios, “opinadores”, entre otros sectores, se han dedicado a “sacarle filo” al asunto.
Al momento, hay una realidad: el Congreso convirtió la iniciativa en Ley, y el Poder Ejecutivo la promulgó. Eso deja el tema con dos salidas visibles: que el Tribunal Constitucional conozca el caso, a partir de las solicitudes que reciba o que alguien que cuente con aval para introducir iniciativas legislativas presente un proyecto para modificar y hasta sustituir la Ley con que la República Dominicana estrenó el 2024.
Mientras una de esas dos posibilidades va tomando concreción, a menos que otro tema resulte más entretenido y nos haga olvidar el complicado cambio de género –con ñapa incluida- del DNI, hay oportunidades para que esto sea algo más que simples “dimes y diretes”.
Conducir el país es responsabilidad de quien se dedica a la actividad política. Nuestro ensayo democrático descansa en tres ámbitos que tienen las siguientes responsabilidades básicas: elaborar reglas, conducir al país respetando esas reglas y juzgar y hacer pagar a quien se desvíe de esas reglas.
Por fortuna, nuestro ensayo democrático también incluye que quien no se sienta a gusto con lo que se haga desde esos tres ámbitos, no solo se exprese, sino que defienda, civilizadamente, su criterio. Para dos de esos tres espacios de poder, toda persona en plena facultad de derechos civiles y políticos tiene oportunidad de escoger directamente a quien considere con idoneidad para desempeñarse al servicio del país. Para el otro, esa atribución es delegada.
De hecho, este año tenemos oportunidad para escoger. Para esa escogencia, se precisa confiar en las capacidades y en las condiciones de quienes pretenden convencernos de su idoneidad. Es justamente ahí en donde debiéramos preguntarnos y no decidir hasta que logremos contar con verdaderas respuestas.
¿Quién merece mi confianza? ¿De verdad cuenta con las capacidades y la honorabilidad para que yo confíe? ¿Cuál ha sido su trayectoria? ¿Solo aparece cuando “hay almas que salvar” o realmente mantiene un vínculo con el territorio para el que se postula? ¿Merece mi confianza quien es capaz de ciertas fullerías desde su cargo? ¿Merece mi confianza quien apoya una decisión y después me sale con que “no leí bien”?
La lista puede ser muy larga, pero solo con atinadas preguntas y esclarecedoras respuestas podremos superar esa etapa en la que la “avivatería” daña nuestro ensayo democrático. Solo con capacidad para discernir y decidir se logra avanzar en una sociedad. De no hacerlo, lo que viene es el llanto y el crujir de dientes.