De opinión

¿Por qué pasa lo que pasa? (1 de 2)

Por Néstor Estévez

Hace algunos años, mientras disfrutaba de la diversidad de posibilidades que ofrece una feria del
libro, aproveché para darle riendas sueltas a mi faceta de hurgador.

Uno de los libros que adquirí me apresó por su título: Confía en mí, estoy mintiendo. Como si fuera poco, la obra tiene un subtítulo para dar una especie de “tiro de gracia” al lector: Confesiones de un manipulador de los medios.

Soy un manipulador de los medios en un mundo en el que los blogs controlan y distorsionan las noticias. Mi trabajo es controlar los blogs, al menos tanto como una persona pueda, confiesa Ryan Holiday, autor del referido libro.

Aunque la edición en español, con traducción de María Isabel Merino Sánchez, fue lanzada hace casi diez años, en el libro se aborda la incidencia de las acciones de manipulación de los mecanismos que ofrece esta etapa en la que dizque todos comunicamos para todos, con la evidencia más palpable en la denominada “viralidad” de tantos mensajes contaminantes.

Desde hace mucho, en la antigua Grecia, ya se hablaba de “ethos”, “logos” y “pathos”, como herramientas que permitían influir en las masas. A la luz de ese planteamiento, actuar correctamente, hablar sobre lo que se sabe y colocarse en lugar de tu auditorio son acciones determinantes para incidir en las personas.

Con el paso del tiempo, aunque eso sigue siendo verdad, se ha apelado a otras herramientas. Ni siquiera ha importado que con ellas se contribuya a la degradación de los seres humanos. Se ha escogido lograr los propósitos, y fundamentalmente los despropósitos, sin importar para nada que ello implique “vender el alma al diablo”.

Para mucha gente, perversa por demás, resulta muy normal abusar del hecho conocido de que los mensajes generan sentimientos y pensamientos. Eso, penosamente, encuentra un campo de cultivo ideal entre quienes asumen el pensar como una forma de “perder el tiempo” o como algo “pasado de moda”.

Extrañamente, entre los denominados animales racionales, cada vez se aplica menos el uso de la razón. Desde escoger a un candidato a cualquier cargo hasta tomar decisiones que podrían repercutir en el resto de nuestra vida son acciones que suelen estar signadas por las emociones de ciertos momentos. Eso, lógicamente, pone muy en entredicho la alegada racionalidad de seres que nos asumimos superiores.

Nos ha tocado vivir una etapa con sobreinformación, que algunos preferimos llamar infoxicación, como herramienta para aprovecharse de esa imposibilidad para procesar tanto en tan poco tiempo.

La abundante perversidad se pavonea al lograr tantas decisiones de gente que no logra conectar sentimientos y pensamientos con las decisiones que toma, las acciones que realiza y mucho menos con las consecuencias que cosechará.

Como se puede apreciar, poco a poco se ha ido logrando que, en una primera etapa, respondiéramos con nuestro lado animal, hasta alcanzar otro peldaño mucho peor: ahora “predicen” las respuestas a los estímulos vilmente diseñados por quienes, sin saber lo que tienen entre manos o muy conscientes de ello, no escatiman medios para lograr fines.

Una expresión muy típica de esta etapa la tenemos en lo que hace poco más de una década nos refería el sociólogo Zygmunt Bauman: “lo público se encuentra colonizado por lo privado”. Dice el sociólogo polaco que la notoriedad moderna “queda reducida a la exhibición pública de asuntos privados y a confesiones públicas de sentimientos privados”.

Eso explica que la notoriedad haya eclipsado a la notabilidad para tanta gente. Por eso ahora, “estar alante” es llamar la atención, sin importar que se trate de acciones deleznables o denigrantes. Por eso ahora mientras más reñida con las buenas costumbres esté una acción, más posibilidades tiene de lograr “viralidad” y de convertir a cualquiera en “influencer”.

Con Bauman, ya tenemos bastante para pensar. De todos modos, en la siguiente entrega retomaremos algunos antecedentes que nos ayuden a entender la real utilidad de la comunicación y a comprender, entre otros temas, por qué pasa lo que pasa.

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